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Somos jóvenes y tenemos valores
Se dice que el auténtico valor de una persona está mucho más cerca de sus corazón que de su cartera, pero lo cierto es que el concepto de triunfo y éxito en la vida está mucho más asociado al poder económico y material que a la riqueza del espíritu. Se nos ha borrado el sentido de la humildad porque ya casi nadie lo utiliza, lo mismo que la educación y, al paso que vamos, parece que ni siquiera el esfuerzo personal sea la llave que lleve a crecer y hacerse persona. La universidad acostumbra a ser el yunque que debería forjar el talante de los futuros profesionales de un país, la educación debiera caminar delante, pero de la misma forma que nadie llega a la formación universitaria sin haber superado los caminos anteriores, ya sea por la vía ESO, Bachillerato o FP, difícilmente la universidad puede enderezar los cimientos que no están bien aposentados. En África se dice que hace falta toda una tribu para educar un niño, mientras aquí, dejamos que otros lo hagan y cuando nos quejamos de la falta de valores que tienen nuestros hijos o de su escasa percepción hacia la religiosidad, deberíamos preguntarnos que hicimos de mal en nuestra generación para permitir que el consumismo, la inhibición o la idealización del triunfo personal para superar los complejos paternos, sustituyeran el tiempo y el espacio para comunicarnos con ellos. Los niños africanos viven en la calle, o sea rodeados de todo y de todos, familia, amigos, personas, animales, parientes y extraños, juegos y espiritualidad, hasta el vudú tiene su espacio y la consigna acostumbra a simplificarse en el sobrevivir. Mientras tanto, nosotros decidimos llevar a los hijos muy temprano a la escuela, dejarlos con canguros, aislarlos con dibujitos televisivos y llenarlos de juguetes que no han construido. Su religiosidad es copia de la nuestra y se nutren de otros principios gracias a nuestras ausencias, conviven, comen y duermen en el mismo escaparate mercantil en el que estamos todos y demasiado pronto descubren el valor del dinero. Mientras son universitarios viven engañados tras la zanahoria de un título o un diploma que combinado con algún master será el pasaporte imaginario que les abra las puertas del éxito. Piensan que cuando acaben, las empresas se volverán locos por contratarles, llenarles los bolsillos y entonces tendrán un coche, muchos juguetes inventados y más cosas, de esta forma el dinero les hará libres y serán felices. La historia puede ser parecida a ésta, pero la realidad es exactamente lo contrario. El éxito depende del ser uno mismo, del equilibrio entre salud, un trabajo enriquecedor, buenas relaciones y especialmente una actitud positiva. Si conseguimos ser, podremos hacer cosas útiles y eficientes que nos compensarán y por ello lograremos el éxito. No nos equivoquemos contando las historias desde el final. Los ejemplos cotidianos de los personajillos de la tele no nos sirven, las pelis sólo son sueños de otros y no nos valen para escribir nuestra propia historia. De hecho no sirve nada de los demás salvo aquellas cosas que podamos experimentar personalmente y que nos permitan estar bien y vivir en congruencia con nosotros mismos, de esta forma, contribuimos a mejorar un poco nuestro entorno y eso, sí vale la pena.
Miquel Bonet Consultor |