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La evaluación anual del desempeño
Cada año y en empresas de cierta dimensión, casi todos los trabajadores recibimos feedback sobre nuestro desempeño profesional: a veces más a menudo. Pero, según los datos recogidos, en pocas ocasiones resulta una experiencia gratificante: ni para el evaluador, ni para el evaluado. Los jefes tienen -en general- una cierta prevención a esta práctica, y los subordinados -una buena parte- lo llevan con algún escepticismo. No se puede ni debe generalizar, pero la opinión más extendida apunta a que estas evaluaciones suelen ser bastante subjetivas. De entrada, seguramente a los trabajadores nos falta la necesaria dosis de autocrítica y receptividad al feedback, e incluso tenemos un concepto quizá demasiado elevado de nosotros mismos; pero también cabría legítimamente pensar que algunos directivos intermedios -más por impericia que por impudicia- podrían estar descuidando las formas y el rigor en estas evaluaciones.
Hay
que reconocerlo: la teoría puede ser muy coherente, pero hay diversos
factores que pueden enturbiar el proceso de evaluación del desempeño
cuando se pone en marcha; sobre todo allá donde este proceso se
reviste de mayor formalidad litúrgica: en grandes organizaciones.
Hay, obviamente, empresas en que el sistema funciona razonablemente
bien y cada individuo es consciente de sus márgenes de mejora y
aun de su propia responsabilidad en los resultados conseguidos;
pero hay otras en que la doctrina del sistema -no
ya sólo su aplicación-
es claramente perfectible. Hay, en definitiva, males intrínsecos
y también extrínsecos en el tema que nos ocupa que, sin embargo,
es un tema capital para el buen funcionamiento de las organizaciones.
Al preguntarnos cuáles son las claves del éxito,
pensamos sobre todo en evaluadores y evaluados, pero también
aquí hace falta aplicar el pensamiento sistémico, porque esta práctica
forma parte de un sistema: del sistema de gestión de los recursos
humanos. Para
qué se evalúa Una
cuestión cardinal que no se ha de perder de vista: para qué se lleva
a cabo la evaluación del desempeño.
No siempre se tiene muy claro. Veamos: esta práctica permite
identificar rendimientos bajos o altos, ante los que proceda alguna
decisión de carácter funcional o retributivo. Observando no sólo
al individuo, sino al colectivo, permite incluso detectar problemas
de la organización. Pero diríamos que lo anterior se refiere al
corto plazo; llevando la mirada más lejos, la evaluación sirve para
averiguar cómo mejorar el desarrollo profesional de cada individuo
y su contribución a resultados, en beneficio de la trayectoria de
la empresa. Ya se ve que vale la pena hacerlo con rigor y cuidado:
con profesionalidad. No
haría falta insistir en que los resultados esperados de los individuos
-los
estándares-
han de estar plenamente alineados con los objetivos de la empresa:
así debe ser tanto si el individuo se desenvuelve por objetivos
a conseguir, como si lo hace por tareas a realizar. Esta cuestión
es algo más que un problema de formulación: tiene bastante que ver
con el postulado empowerment
y la evolución cultural de las empresas. A pesar de que oficialmente trabajen por objetivos, algunos trabajadores creen desarrollar
las tareas correspondientes a los objetivos de sus jefes. Lo cierto
es que el trabajo por objetivos acaba resultando en ocasiones desvirtuado,
y los trabajadores lo viven en esos casos como una falacia. En la
práctica, muchos de nosotros trabajamos atendiendo a ambas cosas:
objetivos personales o de grupo -formulados
con mejor o peor fortuna-,
y también tareas o funciones encomendadas (algunas previstas y planificadas,
y otras no); lo que sí es deseable es que toda la organización trabaje
comprometida con los resultados de la empresa, de modo que todos
los sumandos contribuyan con plenitud al resultado total. Qué
se ha de evaluar No
sólo hay que asegurar que los objetivos o los estándares de rendimiento
-referencias
para la evaluación-
estén bien definidos y alineados con los objetivos de la empresa;
todo sistema de evaluación del desempeño ha de ser, en su materialización,
efectivo y fiable: ha de distinguir bien entre el alto y el bajo
rendimiento, pero sobre todo ha de contribuir a la mejora.
Si contribuyera a la insatisfacción o la desmotivación, habría
que rediseñarlo. Hay, ciertamente, diferentes sistemas en funcionamiento;
y hay, además, diferentes aspectos a evaluar. Por una parte, lo
cuantitativo y cualitativo de los resultados, pero también la evolución
del perfil competencial y la actuación o comportamiento cotidiano
en el desempeño profesional. Lo primero -resultados-
parece más vinculado con posibles recompensas pecuniarias, y lo
segundo -competencias,
en su más amplio sentido-,
con el plan personal de formación y desarrollo; pero no hay que
descartar que en ocasiones todo se funda
(e incluso se confunda). Evaluar
resultados Los
resultados tendrían que ser sencillos de medir y evaluar. Especialmente
cuando se refieren a la consecución de objetivos previamente formulados
(por ejemplo, un comercial que ha de alcanzar un determinado volumen
de ventas) y en los que se acompañaban los criterios de evaluación;
pero también cuando
se refieren a tareas encomendadas que habían sido bien especificadas.
Lo que parece suceder es que, en la práctica, suelen emerger, en
mayor o menor grado, existentes o supuestos agravios comparativos.
Emergen también las más o menos contenidas diferencias entre jefes y subordinados. Y emergen, con frecuencia,
emociones y sentimientos no siempre bien controlados. Desde
luego, el ejercicio de la evaluación no puede desvincularse del
resto de aspectos relacionadas con la gestión de las personas en
las empresas: distribución del trabajo, valoración de puestos, niveles
salariales, etc. El hecho es que algunos trabajadores padecen exceso
de trabajo y otros padecen (o disfrutan) defecto
del mismo. Se dice que cuanto mejor lo haces, más trabajo te encarga
el jefe; y al revés. Y que al final, esto no se refleja en la trayectoria
de cada uno. O sea: que el ejercicio de evaluación de resultados
suele destapar algunos problemas sumergidos y también generar algún
cuestionamiento del sistema de gestión de las personas. Evaluar
comportamientos También
resulta problemático el aspecto de evaluación del desenvolvimiento
o desenvoltura del individuo: aptitudes, actitudes, comportamientos,
rasgos personales, etc. Esto también ha de ser objeto de seguimiento
y evaluación, de manera paralela a los resultados del trabajo. Estamos
ahora ante una evaluación orientada menos a la tarea y más a la
persona: orientada al desarrollo profesional del individuo. Parece
que el jefe es el mejor espectador de esta evolución de su colaborador,
pero eso no significa necesariamente que la sepa medir con precisión.
Hemos leído evaluaciones cuya descentrada formulación nos ha producido
algún estupor, pero también hemos tenido acceso a evaluaciones que
nos han parecido un ejemplo de profesionalidad, mesura, eficacia,
prudencia, acierto e
inteligencia, y que sin duda han sido de gran ayuda para los evaluados.
Evaluar
no es cosa sencilla, y aunque el evaluador sepa bien cómo hacerlo
y actúe con profesionalidad, hay que tener en cuenta que no es infalible.
Las empresas lo saben y, entre otras cosas, disponen mecanismos
de réplica o comentarios ante terceros: ante el director de la unidad,
o ante el Departamento de Recursos Humanos. En algunos casos se
deja espacio para el ejercicio de la autoevaluación sin perjuicio
del deseado rigor, y también hay empresas que practican el feedback
ascendente e incluso lateral (se llega a hablar del feedback
de 360º), en lo que se refiere a la actuación o comportamiento
cotidiano. No puede decirse que todas estas prácticas estén funcionando
siempre a plena satisfacción: se diría que sólo aceptablemente,
con visible margen de mejora. Otras
consideraciones Sobre
el detenimiento y formalidad litúrgica
con que se producen las evaluaciones, también hay grandes diferencias;
pero una mayor liturgia
(entrevistas, impresos, protocolos, etc.) no garantiza que el sistema
resulte más efectivo. De hecho, algunos evaluados se muestran insatisfechos
de la ostentación de autoridad formal que despliegan sus evaluadores,
y también hay casos en que éstos denuncian posturas hostiles o escépticas
de los evaluados. Quizá haya alguna relación entre ambos tipos de
actitudes. Incurrimos en obviedad al decir que la profesionalidad
de jefes y colaboradores constituye requisito incuestionable para
un buen funcionamiento del sistema. También
resulta obvio -lo
sabe bien el lector-
que la evaluación no ha de ser sólo un examen
final, una vez al año, o cada tres o seis meses. La comunicación
-más:
la sintonía-
entre jefe y colaborador ha de ser constante; con o sin entrevistas,
pero permanente: intercambiando impresiones siempre que ello resulte
enriquecedor. Y es en este marco de sintonía profesional entre jefes
y colaboradores, donde se ubica la evaluación del desempeño y en
general el feedback. Sin
perder de vista el propósito perseguido: la mejora del rendimiento,
en beneficio de todos. ConclusiónHemos
de convenir que, si no se realizara con profesionalidad, la tradicional
evaluación anual tendría que ser excluida de la liturgia empresarial.
Sin embargo, bien hecha, constituye un ejercicio inexcusable de
cara al desarrollo de las personas y de la organización. Desde luego,
el siglo XXI parece traer un renovado orden empresarial, aunque
el proceso de cambio sea lento. La relación jefes-colaboradores
está evolucionando sensiblemente, de modo que las distancias jerárquicas
se reducen; pero nos parece que esto favorecerá el entendimiento
y la sintonía en la evaluación. Por otra parte, se está abriendo
camino la evaluación del perfil competencial de los jefes por sus
colaboradores, lo cual puede resultar tan saludable como la de estos
por aquellos. Los cambios se enmarcan en la evolución hacia organizaciones
más inteligentes que hagan mejor uso de la inteligencia cognitiva
y emocional de sus personas, cuyo desarrollo profesional constituye
un desafío del nuevo siglo.
José
Enebral Fernández Consultor Senior de Recursos Humanos FYCSA |